Historietas de la Sierra de Guara
En el año 1974 se consiguió el primer descenso integral del Mascun, el cañón mas importante de la Sierra de Guara, por un equipo del Club Peña Guara. Rebuscando en las hemerotecas de la época, hemos dado con el articulo donde uno de sus componentes, Adolfo Castán, nos narra las aventuras de este descenso.
Eran otros tiempos y el fenómeno del barranquismo para todos, estaba aún muy lejos de llegar. Era una actividad reservada para especialistas, el material era muy precario y el equipamento de los cañones era nulo. Tenia como contrapartida una mayor dosis de romanticismo, de descubrimiento, de incertidumbre.
Aquí debajo os transcribimos el relato periodístico, que seguro que gustara a los aficionados al descenso de cañones. De esto pronto hará 40 años.
EL PRIMER DESCENSO INTEGRAL DE MASCÚN SUPERIOR
Nueva España. 29-08-74
El 17 de agosto, estamos en Rodellar. Son las 6 de la mañana del día 18, tras un desayuno frugal, distribuimos el material entre los 6 componentes de la expedición: Marian, Tirso, Carlos, Pepe, Manolo y Adolfo. Una cuerda de 100 metros, otra de 60, dos equipos de jumar, descensores y seguro Shunt, 18 mosquetones, raplús, pitonisas, clavijas, martillo, dos cámaras fotográficas en un bote de plástico hermético y comida ligera y energética es todo cuanto llevamos. Hemos prescindido de botes neumáticos demasiado pesados para las tres horas de aproximación. Pasaremos las badinas a nado. Subimos la Costera de Otín a buen ritmo, ya salvada, el sol comienza rozar el horizonte de la sierra Sivil. Sin detenernos lo más mínimo en menos de 3 horas estamos ante nuestro objetivo: El Saltador de las Lañas.
El martillo comienza a golpear con fuerza el raplús. La roca está sumamente agrietada y el agujero no es adecuado para una pitonisa. Ponemos en una grieta una clavija normal e instalamos doble la cuerda de 100 metros, medidos en 32 metros la altura del salto. A nuestra derecha, a unos 100 metros, observamos un punto en el que con un pequeño rapel de 6 metros, igual mente llegaríamos al fondo. No obstante hemos venido para realizar el descenso integral, sin variantes, por lo cual rapelamos el salto. Cavilamos en la forma que los franceses utilizaron para descender el pasado año, sólo es posible mediante clavos que hay que abandonar, y en cambio no existe rastro alguno… Termina el saltador en una poza que pasamos por la orilla derecha. La anchura del barranco es de unos 70 metros. El agua no corre en absoluto y el cielo está completamente despejado, todo comienza bajo los mejores auspicios.
Mientras plegamos la cuerda, dos compañeros se adelantan. El cauce se estrecha paulatinamente. El descenso es suave y por entre grandes bloques. Apenas 300 metros recorridos y una profunda poza que ocupa los 3 metros que separan ambas orillas, nos detiene. El agua está muy fría, pero no hay otra solución, que cruzar a nado. Nos desprendemos de la ropa que metemos en las mochilas protegidas por -bolsas de plástico. Se lanza al agua el primero, en menos tiempo que cuesta contarlo nada los siete metros.
La salida es un trocito de medio metro de longitud. Tras él, un salto de 8 metros. Al pie del salto otra poza. Como la estrecha salida no permite más que la estancia de 3 personas, pasan dos más con las pitonisas, martillo, raplús y la cuerda de 100 metras, pues prevemos otro salto tras la segunda poza. El raplús vuelve a taladrar la roca. Media hora después, cuando ya prácticamente el agujero estaba terminado, en un falso golpe se parte el raplús. Se instala el rapel y Carlos desciende. Efectivamente, tal como habíamos calculado, la salida de la .segunda poza en la que sólo hay cabida para dos personas, es el comienzo de un salto de 17 m.: 4 en vertical y el resto en voladizo, puesto que la base es cóncava. Después se divisa un gran tramo llano. Esto nos anima y con el fin de pasar las mochilas, nos vamos escalonando. Con un teleférico montado con la cuerda de 60 m., descendemos el equipo al pie del salto final. Lentamente vamos rapelando todos. El contacto con el agua es verdaderamente molesto; salimos temblando de frío.
En esta zona hay bastantes nidos de palomas; aprovechan cualquier oquedad para instalarlos. Al alcance de nuestras manos tenemos algunos pichones… Nos da pena dejar sus nidos vacíos… Una vez en Rodellar, nos dirán que este trecho del barranco es un gran criadero de la paloma torcaz. Nos reunimos al pie del salto; aquí cae fuerte el sol, y mientras nos secamos aprovechamos para comernos unas pasas, ciruelas, almendras, avellanas… a unos no les convence este tipo de comida y sacan un gran salchichón. En tanto, comentamos que tampoco existen en estas dos cascadas rastros de un descenso anterior, quizá hayan utilizado otra vía… Reanudamos la marcha. Durante unos dos kilómetros, ya no encontraremos ningún tipo de dificultad. Este tramo es conocido por los Huertos de Juan. Una senda bajaba desde Otín. Juan, a decir de Christian Abadíe, venía hasta este lugar a cultivar un diminuto huerto. La senda subía luego por la escarpada vertiente, hacia unoscampos del municipio de Otín. Inexplicablemente, el ínfimo rendimiento que pudiera obtenerse de ellos…
La vista se recrea en las mil formas que la roca adopta. Dos colosales agujas, tan esbeltas como la Cuca de Bellosta, convergen nuestras miradas… Algunos ventanales se abren en las gruesas murallas pétreas… En las badinas, semivacías por la infiltración y evaporación, infinidad de barbos se debaten entre la vida y la muerte… Como no llueva muy pronto inevitablemente perecerán. Tras este lapsus de tregua que Mascún concede, los acantilados vuelven a ocupar la verticalidad absoluta, acercándose rápidamente. Una profunda poza se adueña del cauce. Más allá del río se ostrecha hasta poderse tocar ambas orillas con los brazos en cruz. Nuevamente nos despojamos de los monos. El agua está mucho más fría; aquí jamás llegan los rayos del sol. Apenas si llega la luz del día; el fotómetro indica exposición para obtener diapositivas. Continuas badinas nos impiden poner la ropa que los cuerpos temblorosos piden. Las paredes son rectas, desligantes… Una tormenta en los Oscuros de Otín, no tiene defensa posible. Grandes rocas empotradas 10 metros sobre nuestras cabezas nos producen una sensación de inestabilidad.
Llevamos 200 m. de los Oscuros, cuando el cauce se transforma en subterráneo. Prevista la eventualidad, sacamos las linternas. Son 100 metros de cueva; el suelo está sembrado de bloques angulosos. En las dos bocas de salida, se acumulan gruesos troncos y ramas secas, arrastrados por la impetuosa corriente. En la cavidad, que hace una cerrada curva, el cauce se ha ensanchado. Nuevamente, al salir por un salto de 4 metros, vuelve a la angostura anterior (2 m. de anchura). La oscuridad se acentúa. Un nuevo salto de 5 m. obliga a instalar la cuerda. Se suceden los chapuzones por las badinas de agua helada y fétida, producto del prolongado estancamiento.
Ante nosotros se abre ahora el tramo más sombrío. Un agujero oval, deja entrever 10 m. más abajo unas aguas de color indefinido… Negras, verdes, oscuras… La luz, en el fondo, es nula. Tememos lo peor: que sea un pozo sin continuación horizontal. No obstante el hecho de encontrar por primera vez restos de otras expediciones, clavos, trozos de cordino…, nos afianza un poco. Completamente mojados, ráfagas de aire encañonado nos congelan.
Instalamos la cuerda de 100 m., por lo que pueda venir tras este Pozo Negro, y desciende Manolo. Tras pasar dos badinas sucesivas, nos grita que 150 m. más allá se ven los rayos del sol. Con mayor rapidez que para decidir quién bajaba primero, lo hacemos los demás. En las salidas de las pozas no caben más que dos o tres personas, pero la cuerda es larga y ganamos dos nuevos escalones de 4 y 5 metros.
A la salida de la badina, tras el salto de 5 m., encontramos dos clavos bien colocados; allí instalamos la cuerda de 60 m. que nos permite superar los líltimos obstáculos de los Oscuros. Varias pozas nos llevan a la última dificultad; una cascada de 7 m..-El agua, mucho más fría, nos indica- el emplazamiento de manantiales. Superado el salto, e! barranco ya nos es totalmente conocido. Una hoguera nos reanima. Después, bajo las últimas luces del sol poniente y sin cansancio aparente, caminamos hacia Rodellar. Han sido 16 horas.
ADOLFO CASTAN, del G, I.E. Peña Guara